Miguel Ángel Escobar recuerda el momento y dice: “Pensé que estaba muerta. Sentimos mucha lástima por ella”. A pesar del sombrío panorama, se sintió obligado a investigar la situación más de cerca, aferrándose a un rayo de esperanza de que todavía hubiera una posibilidad de salvar a la tortuga.
Con cautelosa determinación, Escobar y su familia se acercaron a la tortuga inmóvil, que probablemente había soportado su enredo durante un período prolongado, cobrando un enorme precio en su salud y vitalidad. Sin inmutarse por el estado aparentemente sin vida de la tortuga, Escobar extendió la mano para tocarla.
En ese momento crucial, se produjo un milagro. “Cuando la toqué, ella instantáneamente dejó escapar un suspiro y comenzó a mover la cabeza”, relató Escobar, describiendo la profunda conexión que sentía con la criatura que luchaba.
Armado con un cuchillo, Miguel Ángel Escobar se embarcó en la delicada y desafiante tarea de liberar a la tortuga de las raíces que la habían atrapado. Con cuidado, comenzó a cortar el enredo, consciente de que el frágil estado de la tortuga exigía un toque suave.